Reportaje :: Diseño
Las nuevas iglesias muestran las diversas maneras de entender la fe religiosa
ANATXU ZABALBEASCOA – Madrid
Tradicionalmente, en Europa la iglesia, la catedral era siempre el edificio más vistoso y mejor ubicado del pueblo, en torno al que crecía la vida: los mercados, los intercambios y el resto de los oficios. Las iglesias eran entonces construcciones que hablaban en voz alta, inmuebles que preferían el anuncio (parte de su cometido consistía en predicar su fe) al recogimiento.
Durante el Renacimiento, y frente a otras tipologías que iban adquiriendo mayor peso, como el palacio, las iglesias iniciaron su declive como emblemas. Sin embargo, no dejaron nunca de asumir el credo arquitectónico de cada época, incluida la modernidad. Fue precisamente entonces, al chocar con la abstracción geométrica moderna, cuando la fe pareció encontrar la horma de su zapato. Los arquitectos modernos se convirtieron en autores de templos en los que la abstracción más pura conseguía representar casi cualquier fe.
La clave para tal prodigio había que buscarla en lo contrario de lo que había sucedido hasta entonces. En lugar de proclamar, la iglesia pasó a recoger. En lugar de hablar en voz alta, el mensaje se hizo más críptico, más personal, más susurrante. Templo y credo adquirieron otro tono. Así, fue posible que cuadros de Mark Rothko pudieran servir a la vez para decorar una capilla en Tejas o un restaurante en Nueva York. La temática era la misma: la pintura ponía la mezcla de franjas de colores, el resto lo proyectaba el que miraba aquellos lienzos.
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